Todo a nuestro alrededor se rige por el tiempo. Tan sólo si no estuviéramos presos de él, si fuésemos capaces de pararlo, nos sentaríamos a descansar, o a pensar tal vez qué es lo que estamos haciendo mal. Aunque estoy segura de que si fuésemos capaces de volver el tiempo atrás, volveríamos a cometer los mismos errores una y otra vez. Porque somos sus esclavos, pero lo somos consientes.
Es un factor que nos determina como personas. El tiempo que les dedicamos a los amigos. El tiempo que desperdiciamos en lugar de hacer cosas productivas, el que usamos o no en buenas acciones, el que gastamos reflexionando. Tan valioso y tan incontrolable. Sería más fácil si nos levantáramos todos los días con el propósito de disfrutar de cada momento del día, pero estamos muy ocupados en lo que hacemos, lo que no, lo que los otros hacen y dejan de hacer. Estamos enfocados tan erróneamente, que realizamos cosas en pos de un futuro mejor, sin siquiera saber si hay un mañana, y nos estamos perdiendo de lo mejor, de disfrutar el hoy.
Personalmente, prefiero “perder” un poco de tiempo, pero sentarme a tomar unos mates con un viejo amigo, disfrutar de una buena charla, observar un paisaje, leer un libro o escuchar el silencio. Prefiero dedicar mi tiempo a disfrutar de cada segundo, enfrentando la vida con una sonrisa, porque sé que al final del día no voy a ser una víctima más de actos realizados en vano, actos sin sentido, cosas que hicimos por rutina, porque es ella la mejor aliada del reloj. El tiempo corre y a eso no lo podemos cambiar.